¡Feliz día del traductor!

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¡Feliz día, compañeros de profesión!

Hace unos años, no sabía de la existencia de este día tan especial, me enteré hace relativamente poco, y por ello, me gustaría dedicar una entrada de este blog al día del traductor.

Para empezar, quiero lanzar la siguiente pregunta: ¿sería posible un mundo sin traductores y sin intérpretes?

Veamos,  las obras literarias solo se podrían leer en los países en donde se hablara el idioma original,  las noticias de última hora solo llegarían a unos pocos, no existiría intercambios comerciales internacionles, los líderes mundiales no se entenderían entre ellos, y un largo etcétera.

Para reconocer la tarea y labor de estas personas que hacen de puente entre diversas culturas, la FIT (Fédération Internationale des Traducteurs) creó en 1991 el DÍA INTERNACIONAL DE LA TRADUCCIÓN, con el fin de promover la solidaridad entre traductores y la misma profesión, que se ha vuelto fundamental más que nunca os por la globalización que estamos experimentando en estos útimos tiempos.

Pero… ¿por qué celebrarlo el 30 de septiembre? Porque coincide con el día de San Jerónimo, considerado el primer traductor y patrón de los traductores. San Jerónimo tradujo la Biblia al latín en el 383 d.C. (ya que por aquellos entonces solo existía en hebreo y en griego), cuya versión fue denominada «Vulgata».

No quiero liarme más, simplemente, lo dicho: ¡Feliz día a todos! 🙂

Yes, we can!

¡Hola a todos!


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¡Gracias de corazón!

Un abrazo,

Laeticia

La piedra Rosetta

Hace unos días tuve la gran alegría de hablar con una amiga que no había visto desde hacía al menos cinco años, así que, poniéndonos al día, surgió el tema de mi viaje a Londres de hace tres años. Le hablé de mis impresiones, y, cómo no, tuve que mencionar la piedra Rosetta (en el British Museum de Londres desde 1802, ya que fue descubierta en la campaña napoleónica de Egipto, pero fue arrebatada a los franceses por los ingleses como botín de la guerra), madre de nuestro mundo traductológico. Lo que me sorprendió, es que esta amiga no tenía muy claro de qué le estaba hablando («¿la piedra roqué?» me interrumpió), así que empecé a explicarle a grosso modo de qué le estaba hablando, pero le prometí que escribiría sobre ello para que le pudiera quedar más claro, lo que, además, me pareció buena idea para refrescarnos un poco la memoria, que siempre viene bien. 😉

La lengua egipcia, como medio de expresión de la verdadera memoria histórica del país, había sido durante siglos inasequible para los sabios europeos; los signos jeroglíficos dibujados en los papiros o grabados en la piedra eran signos mudos para la cultura occidental.

La casualidad hizo que, el 19 de julio de 1799, el pico de un soldado francés, Pierre Bouchard, perteneciente al cuerpo de ingenieros de la campaña de Napoleón Bonaparte y destinado en las fortificaciones de la ciudad de Rosetta, tropezase con una gran piedra de 114 cm. de alto, 72 cm. de ancho y 28 cm. de grosor, de basalto negro, en cuya cara pulida, aparecía una misma inscripción en tres idiomas (y alfabeto) distintos: el egipcio jeroglífico (acorde a un decreto sacerdotal), el egipcio demótico (la escritura nativa de uso diario) y el griego (el idioma del gobierno). Esta inscripción anunciaba un decreto de los sacerdotes de Menfis, fechado en el año 196 a.C. durante el reinado de Tolomeo V Epífanes (c. 205-180 a.C.), cuya traducción podéis leer a continuación:

«Bajo el reinado del joven que recibió la soberanía de su padre, Señor de las Insignias reales, cubierto de gloria, el instaurador del orden en Egipcio, piadoso hacia los dioses, superior a sus enemigos, que ha restablecido la vida de los hombres, Señor de la Fiesta de los Treinta Años, igual a Hefaistos el Grande, un rey como el Sol, Gran rey sobre el Alto y el Bajo país, descendiente de los dioses Filopáteres, a quien Hefaistos ha dado aprobación, a quien el Sol le ha dado la victoria, la imagen viva de Zeus, hijo del Sol, Ptolomeo. Viviendo por siempre, amado de Ptah.

En el año noveno, cuando Aetos, hijo de Aetos, era sacerdote de Alejandro y de los dioses Soteres, de los dioses Adelfas, y de los dioses Euergetes, y de los dioses Filopáteres, y del dios Epífanes Eucharistos, siendo Pyrrha, hija de Filinos, athlófora de Berenice Euergetes; siendo Aria, hija de Diógenes, canéfora de Arsínoe Filadelfo; siendo Irene, hija de Ptolomeo, sacerdotisa de Arsínoe Filopátor, en el (día) cuarto del mes Xandikos —o el 18 de Mekhir de los egipcios—»

Escritura jeroglíficaEscritura demóticaEscritura griega

Su importancia para la etimología es incalculable. A finales del siglo IV a.C., cuando se dejaron de utilizar los jeroglíficos, el conocimiento sobre cómo leerlos y escribirlo se perdió. 2200 años después, en el siglo XIX, los científicos consiguieron descifrar su contenido gracias a los caracteres griegos de la piedra. Hasta aquellos instantes, se había pensado que la escritura jeroglífica era simbólica, que las imágenes correspondían a las realidades, objetos, cosas o acciones. Jean-François Champollion, estudioso de la piedra Rosetta, logró llegar a la verdad (labor que empezó el científico inglés Thomas Young): los signos jeroglíficos no eran simbólicos sino fonéticos, y correspondían a un nombre real, el de Ptolomeo. Esta piedra fue pues la clave para la interpretación de la escritura jeroglífica egipcia. La comparación de la escritura jeroglífica con la griega abrió las puertas del Antiguo Egipto y, con ello, la posibilidad de llegar a comprender una de las civilizaciones más antiguas de la Humanidad.

Como pequeña anécdota, durante la Primera Guerra Mundial, el museo desplazó la piedra Rosetta en 1917, por miedo a un fuerte bombardeo en Londres, a un lugar seguro, junto con otros objetos importantes. ¿Sabéis dónde?  Estuvo enterrada a 50 pies (15,24 metros) de profundidad durante dos años en la estación de ferrocarril de Holborn.

Os dejo un documental (tenéis que pinchar aquí para verlo) muy interesante sobre el secreto de los jeroglíficos, para completar la pequeña lección cultural de hoy. 😉